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  • N° páginas : 240
  • Medidas: 140 x 218 mm.
  • Peso: 378 gr
  • Encuadernación: Rústica
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El buscavidas TEVIS, WALTER

Una obra cumbre de la literatura americana que Paul Newman inmortalizó para la pantalla y que ha sido considerada la mejor novela sobre billar jamás escrita.

Editorial:
Traductor:
Juan Trejo
Colección:
IMPEDIMENTA
Materia BIC:
FICCIÓN MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
Edad recomendada:
Edad de interés: a partir de 14 años
ISBN:
978-84-19581-85-3
EAN:
9788419581853
Precio:
23.03 €
Precio con IVA:
23.95 €

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Sinopsis

Para Eddie Felson «el rápido» solo existe una cosa en el mundo: ganar al billar. Durante años se ha recorrido el país de punta a punta, viajando de de garito en garito, entre vasos de whisky y humo de tabaco, malviviendo en antros y desplumando a jugadores incautos que creen que pueden derrotarle. Pero él ansía algo más grande. Harto de ir dando tumbos de acá para allá compitiendo por unos pocos dólares, decide desafiar al mejor jugador del país: el Gordo de Minnesota. En una partida que durará casi veinticuatro horas, Eddie comprobará que ser bueno no es suficiente y sufrirá la mayor derrota de su carrera. Se embarcará entonces en un viaje al fin de la noche, dominado por el alcoholismo y la soberbia, y tendrá que enfrentarse a sus propios demonios para tener la última oportunidad de volver a ser el mejor.

 

Adaptada al cine en 1961 por Robert Rossen, con las memorables interpretaciones de Paul Newman y Jackie Gleason, El buscavidas es una novela de una humanidad apabullante, donde el verdadero desafío, en el juego y en la vida, es descifrar la propia identidad.

El libro en los medios

«El Buscavidas», de Walter Tevis — Mondo Sonoro — 15 de marzo 2025

21/03/2025

Hablar de Walter Tevis es hacerlo de una de las figuras literarias más imprescindibles que surgieron entre los años cincuenta y ochenta. Más allá de esta consideración, nos estamos refiriendo a un tipo con una capacidad inaudita para saltar con maestría entre géneros literarios, con un punto de excepción en la ciencia ficción, terreno en el que nos ha brindado pináculos del género como “Sinsonte”, “Las huellas del sol” y “El hombre que cayó a la tierra” —Marcos Gendre

«El buscavidas», la perfecta carambola de Walter Tevis — El Cultural, La Nueva España — 20 de marzo de 2025

20/03/2025

El caso de Walter Tevis (1928-1984) daría para una novela. O una película. Y es que este excepcional escritor estadounidense es una figura de culto entre los buenos lectores pero está «ensombrecido» por el reconocimiento que han tenido sus historias cuando fueron adaptadas a la pequeña y gran pantalla, sobre todo «El hombre que cayó en la Tierra» (1963), una novela de ciencia ficción (su especialidad) llevada al cine con David Bowie en el papel principal, «Gambito de dama (2020)», la popular serie de Netflix sobre los problemas de una joven prodigio del ajedrez en la élite de los tableros, y, sobre todo, «El buscavidas» (1959), convertida por el gran Robert Rossen en una de las mejores películas de la historia del cine, y que tendría una secuela menos rotunda en 1984 con «El color del dinero», repitiendo su papel Paul Newman aunque ya sin la fascinante complejidad del original. La obra maestra de Tevis ve nuevamente la luz gracias a Impedimenta, empeñada en rescatar del olvido al autor tras publicar «Sinsonte» y «Las huellas del sol». Fallecido a los 59 años por un cáncer de pulmón, Tevis dio lo mejor de sí mismo en la mejor novela jamás escrita sobre el billar. El enfrentamiento entre Eddie Felson «el Rápido» y el Gordo de Minnesotta hipnotizaba desde la pantalla y hace lo propio desde unas páginas que recuerdan (y superan) la austeridad sin alardes (Eddie lo detestaba) a la hora construir personajes, diseñar escenas y darle con precisión y contundencia a la bola en busca de la carambola perfecta. Todo ello gobernado por un sentido del ritmo asombroso y una capacidad casi musical para conseguir que el lector escuche el golpeo del taco y huela el tabaco que invade los garitos o sienta muy profundamente la tristeza que inunda una historia de amor doliente entre una mujer en el abismo y un hombre que lo merodea. Almas solitarias, atrapadas en una debilidad que las pone a merced de un destino feroz. Era evidente que Tevis conectaba muy bien con ese tipo de seres malheridos, complejos y emocionantes, sin que escapasen de su mirada comprensiva (no diría afectuosa, pero sí respetuosa) personajes con rasgos más próximos a la maldad, o, como mínimo, a un cierto grado de ruindad. De alguna forma, convirtió la mesa de billar en un escenario de la condición humana en clave de rendición y redención, un juego permanente de luces y sombras en el que la habilidad solo tenía sentido si iba acompañada de una ambición y una vanidad sin límites. Unos, por codicia. Otros, por sentirse los mejores. Y, entre ambos fuegos, una mujer rota en mil pedazos por dentro y por fuera. El billar, pues, como excusa y como esclusa que permite pasar de un nivel a otro con fluidez implacable. Hay en su apuesta literaria un viaje incómodo a las ruinas de la autodestrucción dentro de un mundo marginal que (un poco el estilo de «Gambito de dama») no premia solo el talento, también hay que tener carácter, y esa es una amarga lección que Eddie aprende a golpes, unas veces literalmente y otras en su cataclismo íntimo. Para conseguir esa proeza, Tevis agita las formas un realismo sucio, sin pasarse, y los fondos existencialistas (con mesura también). A pesar de sus triunfos, Eddie Felson no tiene nada de heroico. Es alguien que lo tiene para alcanzar la excelencia, pero le sobra arrogancia, le sobran las prisas, le sobra la chulería. Su colisión con el Gordo de Minnesota (lo opuesto: sosegado, paciente, meticuloso, parece que no sude ni necesite dormir) imparte un máster de primera clase sobre el secreto de competir y resistir. La lucha por el poder. El valor de la disciplina llevada a extremos tóxicos. La facilidad con la que la gloria desemboca en derrota. El deporte como espuela de vida. Sin subrayados innecesarios, Tevis pone de vuelta y media ese afán tan norteamericano (tan trumpiano y muskiano, por poner una nota actual) por adorar el éxito a cualquier precio, el éxito como jungla donde las trampas, los engaños y las codicias movedizas están en el plan de cada día. En ese magma dramático de pulsiones medidas como un buen tacazo y descontroladas en sus fines palpita una historia emocional entre Eddie y Sarah, esa mujer de cristal que se recompone una y otra vez. Y en esa reconstrucción mutua hay algo de dulce y crispado abrazo entre dos náufragos en una isla de realidad frente al mundo un tanto irreal del billar. Una historia que sirve de escondite pero también de mazmorra. Tevis la narra con pudor y sutileza admirables porque el dolor, cuando es tan voraz, solo puede ser veraz desde una cierta distancia, desde una sencillez respetuosa que nunca carga las tintas, con la misma sobriedad con la que se narran las pugnas tensas en la mesa de billar o se perforan las páginas con unos diálogos cortantes y precisos. Restallan. No por casualidad muchos de ellos permanecieron intactos en la película de Rossen: es que no era necesario tocar ni una maldita coma. El tiempo, a veces, deja las cosas en su sitio. Y «El buscavidas» se ha convertido por derecho propio en una de las grandes novelas del siglo XX, un trabajo sin fisuras sobre la búsqueda a ultranza del sueño americano en sus arrabales, finalmente convertido en pesadilla, un tratado de obsesiones con la identidad magullada bajo nubes de humo pestilente y sudores fríos que marcan el precio del éxito. Sin piedad. Humillaciones, inseguridades y autoconocimiento alimentan un viaje a los infiernos del que no se sale indemne. La novela es un complemento perfecto para la obra de arte de Rossen porque, como es lógico, dibuja con más rasgos la personalidad de Eddie con gran detallismo. Y la historia con Sarah también es más sucinta en la película, que optó por un desenlace más dramático.

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Humo y billar: «El buscavidas», de Walter Tevis — El Correo — 22 de febrero de 2025

28/02/2025

Después de ‘Sinsonte’ y ‘Las huellas del sol’, dos estupendas novelas de ciencia ficción publicadas en los ochenta, Impedimenta recupera ‘El buscavidas’, la primera novela de Walter Tevis. Apareció en 1959, cuando el autor californiano apenas superaba la treintena. Dos años después llegó su famosa versión cinematográfica: una película dirigida por Robert Rossen en la que Paul Newman interpretó uno de sus grandes papeles. Vaya por delante la impresión de que la novela es aún mejor que la película. Entre otras cosas, porque la película extrema lo que en el libro soporta peor el paso del tiempo, que tiene que ver con cierto exceso de patetismo a la manera de Tennessee Williams. Además, la mirada de Rossen brilla en las superficies turbias mientras que la escritura de Tevis deslumbra como un foco cuando profundiza en la naturaleza de su protagonista. Si la película es una historia de billar y desencanto, la novela es además una obra personal y significativa sobre el conocimiento, es decir, sobre el aprendizaje. El argumento de ‘El buscavidas’ es conocido: Eddie Felson llega a Chicago para desafiar al Gordo de Minnesota, el mejor jugador de billar del país. Felson tiene el talento, pero no el carácter para imponerse a los grandes tiburones sobre el tapete de la mesa de billar: «el rectángulo de un verde fascinante, casi místico, del color del dinero». En su ascenso hacia un trono sombrío (el final abierto de la novela también es mejor que el de la película), el joven cambia de mentor, profundiza en el mundo de las apuestas y se enamora de una estudiante autodestructiva a la que conoce una madrugada en la estación de autobuses. Todo sucede con gran fluidez. Tevis es un narrador conciso y eficaz que construye a su protagonista poniéndolo en acción. Y, sin embargo, en la novela abundan los momentos memorables en los que la consistencia del tiempo parece adensarse y cambiar. Sucede, por ejemplo, en la salvaje partida inicial entre Eddie y el Gordo. O en la epifanía que experimenta el protagonista tras vencer a James Findlay, cuando, con los sentidos aún extremados por el juego, el protagonista llega a captar «la sensibilidad y la hondura de las impecables líneas del grabado» de los billetes obtenidos. Otra de las singularidades de Tevis es una especie de don para transmitir la fuerza de una pasión obsesiva: el ajedrez en muchas de sus narraciones, incluida ‘Gámbito de dama’, y el billar en estas páginas. Su secreto es apelar a la fascinación antes que a la especificidad. Incluso el lector que en su vida haya cogido un taco puede entender plenamente que esta es una gran novela sobre el mundo del billar en la que cuesta encontrar una referencia al juego que sea innecesaria. —Pablo Martínez Sarracina

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David Felipe Arranz habla de «El buscavidas», de Walter Tevis — RTVE, Secuencias en 24 horas — 8 de febrero de 2025

14/02/2025

A partir del minuto 29:17, David Felipe Arranz habla de «El buscavidas», de Walter Tevis. —David Felipe Arranz

«El buscavidas», de Walter Tevis — El Correo — 25 de enero de 2025

14/02/2025

El debut cinematográfico de Paul Newman fue haciendo de esclavo en una de romanos más mala que el sebo, de la que se avergonzaba. Era ‘El cáliz de plata’ (1954), que dirigió con desgana Victor Saville. Y su última aparición fue en 2002 con un gran papel secundario, el del duro patriarca irlandés de un clan mafioso en ‘Camino a la perdición’, película negra de Sam Mendes sólida como una tapa de alcantarilla de Brooklyn. Paul murió en 2008, a los 83 años, debido a un cáncer de pulmón. Entre los dos vértices de ese largo segmento desarrolló una fructífera carrera profesional de más de medio siglo con numerosos títulos memorables. Nació en 1925 en un pueblo de Ohio. Su padre, Arthur Newman, de origen judío y con quien no tenía buena relación, se dedicaba al comercio de artículos deportivos; Teresa, su madre, era húngara y profesaba el catolicismo. Su deuda moral con el reciente Estado de Israel la saldó Paul protagonizando ‘Éxodo’, superproducción de sesgo sionista que, basada en la famosa novela de Leon Uris, dirigió en 1960 Otto Preminger. Mi película preferida protagonizada por Newman, y a mi entender una de las grandes obras maestras del cine americano, es la oscura y vigorosa historia de perdedores ‘El buscavidas’ (Robert Rossen, 1961), donde encarna a Eddie ‘Fast’ Felson, un jugador de billar de ventaja impetuoso y arrogante. Es célebre el golpe de diálogo de la chica triste que interpreta Piper Laurie (novela de Walter Tevis) cuando conoce a Eddie y le dice: «No estoy borracha, es que soy coja». 25 años después, Martin Scorsese cumplió el sueño personal de retomar el personaje, maleado por el tiempo y la vida, en ‘El color del dinero’, que supuso para Newman el único Oscar. Su primer éxito internacional fue ‘Marcado por el odio’ (Robert Wise,1956), donde recrea la figura del boxeador Rocky Graziano. Newman no solo era más hermoso que el Apolo de Belvedere, tenía un cuerpo atlético, y por encima de cualquier rasgo destacaban sus asombrosos ojos garzos, del azul del cielo más cerúleo. Los directores de fotografía disfrutaban iluminando esos ojos increíbles. En 1958, Richard Brooks compaginó los ojos más azules con la belleza violeta de los de Elizabeth Taylor en ‘La gata sobre el tejado zinc’, basada en la obra de Tennessee Williams. Faltaba el esencial adjetivo del título original: caliente; el tejado caliente del que debe saltar Maggie, la gata. Sin embargo, sobre todo en sus comienzos, Newman no se sentía feliz de su físico privilegiado, por considerar que lo encasillaba de un modo parecido a como le sucedía a Marilyn Monroe. Hasta que Paul limitó la bebida a la cerveza, tuvo serios problemas con el alcohol buena parte de su vida. Desde luego no le pasó factura física aparente, con esa prestancia como de cama deshecha (le decía Marlene Dietrich a Edward G. Robinson) que suelen tener los borrachos. En cine, sus papeles más destacados de bebedor en la marejada son el detective de ‘Harper’ (Jack Smight, 1966) y especialmente el abogado en horas muy bajas de ‘Veredicto final’ (Sidney Lumet, 1982). Fue un hombre comprometido con los derechos civiles desde el progresismo. Participó en la marcha sobre Washington de Martin Luther King, se opuso a la guerra de Vietnam y le cupo el honor de ser declarado persona no grata por Nixon. Su matrimonio con Joanne Woodward duró casi tanto como su carrera, aunque ya había tenido tres hijos con la primera esposa. Hizo protagonista a Joanne de ‘Raquel, Raquel’, ‘El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas’ y ‘El zoo de cristal’, tres de las cuatro películas que dirigió. ‘Dos hombres y un destino’ (George Roy Hill, 1969) lo emparejó con Robert Redford y lograron una química muy especial en sus roles de los bandidos Butch Cassidy y Sundance Kid. Repetirían tándem, también con Roy Hill, en ‘El golpe’ (1973), película de timadores y ‘gangsters’ en tono de comedia que fue un éxito todavía más rotundo que la anterior. Pero la pareja de guapos irresistibles no volvió a juntarse una tercera vez. Ellos lo achacaron a que no les ofrecieron un guion con personajes lo suficientemente buenos para repetir la fórmula. Por último: pregunta cinéfila. ¿Por qué he titulado el artículo ‘Cincuenta huevos duros’? Pues porque en 1967 Paul Newman protagonizó ‘La leyenda del indomable’, una película de género carcelario que dirigió Stuart Rosenberg y que tuvo cierto reconocimiento. Y 50 huevos cocidos era los que se apostaba que era capaz de comerse en una hora. ¿Qué si ganaba la apuesta? La verdad es que no me acuerdo. —Juan Bas

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«El buscavidas», de Walter Tevis y Paul Newman, el buscavidas de los ojos azules que ya es centenario — La Voz de Galicia — 28 de enero de 2025

14/02/2025

No fue el papel que lo lanzó a la fama. Ni mucho menos. Cuando Robert Rossen rodó El buscavidas (1961) Paul Newman ya había firmado actuaciones cinematográficas descomunales como El largo y cálido verano (1958), en la que Martin Ritt adaptaba una obra de Faulkner; La gata sobre el tejado de zinc (1958), en la que Richard Brooks filmaba un drama de Tennessee Williams; El zurdo (1958), que Arthur Penn erigía sobre un texto de Gore Vidal en torno a Billy el Niño; o Éxodo (1960), superproducción en la que Otto Preminger abordaba el nacimiento del Estado de Israel a través de la novela de Leon Uris. Son solo cuatro ejemplos, pero bien podrían ser más del doble. Newman era ya en 1961 una estrella de Hollywood, aunque todavía habría de servir innumerables papeles inmensos para la historia del séptimo arte. Y, sin embargo, el campeón de billar Eddie Felson, extraído de la novela de Walter Tevis (San Francisco, (1928-Nueva York, 1984) con mano magistral por el ilustre artesano Robert Rossen, es uno de sus trabajos mayores. El joven arrogante y sin escrúpulos de ojos azules que desafía al mejor jugador del país, el Gordo de Minnesota, es una de sus recreaciones más emblemáticas. Tanto es así que 25 años después, en 1986, volvió sobre el personaje, entonces un hombre maduro ya retirado de la competición, y dedicado a un negocio de licores, que detecta el talento en el joven Vincent (Tom Cruise) y decide apadrinarlo. Precisamente, ese rol de tutor-mánager, sereno y más sabio, por los golpes que sabe dar la vida, que le preparó Martin Scorsese, le valió su único Óscar ganado en buena lid —ironías, un año antes le habían concedido la estatuilla honorífica—. Se lo arrebató además al saxofonista de jazz estadounidense Dexter Gordon, que —en su único, pero exquisito trabajo como actor— daba vida a Dale Turner, un músico autodestructivo, entre el alcoholismo y la depresión, inspirado en las existencias dolientes y al límite del pianista Bud Powell y el saxofonista Lester Young, y que en cierto modo era una imagen especular de Eddie Felson. Newman hubiera cumplido cien años el pasado domingo. Su luz nunca se apagará. Pero para ayudar a comprender aquel virtuoso del billar ambicioso, rebelde y soberbio nada mejor que leer la novela de Walter Tevis, que el sello Impedimenta trae a las librerías —llegará el próximo de febrero— en una nueva traducción de Juan Trejo, que dejará atrás las dos existentes pero muy difíciles de encontrar. La primera, de Versal, se tituló El color del dinero y apareció en 1987 aprovechando el tirón del filme de Scorsese. La apuesta de Impedimenta por rescatar a Tevis comenzó poco después del éxito de la serie de Netflix Gambito de dama, que adaptaba también una novela suya. Publican la novela de Walter Tevis de la que salió el campeón de billar Eddie Felson, que bordó el actor, que hubiese cumplido cien años el pasado domingo 25 años entre los dos Eddie Felson. Newman encarnó dos veces el personaje de Eddie Felson: la primera en 1961, cuando el campeón de billar era un joven arrogante, dirigida por Robert Rossen; la segunda —en una adaptación de 1986 de Martin Scorsese—, ya retirado y en donde decide apadrinar a un joven virtuoso (Tom Cruise). Como le ocurría a Marilyn Monroe, la asombrosa belleza física de Paul Newman (Cleveland Heights, Ohio, 1925-Westport, Connecticut, 2008) podía llevar a confusión al espectador y eclipsar o distraer el talento interpretativo. Newman, además, tuvo una longeva trayectoria artística llena de obras espléndidas no solo como actor, también como director, en una carrera a la que mucho contribuyó su segunda esposa, la actriz Joanne Woodward, con la que se casó en 1958. No hubo década mala. Su primer filme mayor fue Marcado por el odio (1956), de Robert Wise. En los 60 tiene, entre otras, Dos hombres y un destino (1969), de George Roy Hill. En los 70, El juez de la horca (1972), de John Huston. En los 80, Veredicto final (1982), de Sidney Lumet. En los 90, Al caer el sol (1998), de Robert Benton. Y ya en el siglo XXI, Camino a la perdición (2002), de Sam Mendes. Detrás de las cámaras, no se prodigó mucho pero realizó, por ejemplo, tres hermosas películas protagonizadas por Joanne Woodward: Raquel, Raquel (1968), El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972) y El zoo de cristal (1987). —H. J. P.

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«El buscavidas», de Walter Tevis, entre las recomendaciones — La Razón — 25 de enero

14/02/2025

Muchos conocerán esta frase: «Para Eddie Felson el Rápido solo existe una cosa en el mundo: ganar al billar». El director Robert Rossen hizo una gran adaptación de esta historia con Paul Newman en el papel protagonista. Este es el libro que dio pie al guion y a una historia que se trata de una parábola de la ambición, la competitividad y del sueño americano. —C. G.

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Autor: Tevis, Walter

Walter Tevis (1928-1984) fue un uno de los grandes escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX. Sus relatos cortos, que comenzó a escribir en los años cincuenta, se publicaron en revistas como The Saturday Evening Post, Esquire, Cosmopolitan y Playboy. También publicó cinco novelas: El buscavidas (1959), que sería llevada a la gran pantalla en 1961, El hombre que cayó a la Tierra (1963), Sinsonte (1980; Impedimenta, 2022), Gambito de dama (1983), Las huellas del sol (1983; Impedimenta, 2023) y El color del dinero (1984). En 2023 se publicó una antología de sus relatos bajo el título de The King is Dead, que próximamente será recuperada por Impedimenta. Tevis murió a los cincuenta y ocho años en Nueva York debido a un cáncer de pulmón.

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