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Busqueda avanzada- N° páginas : 144
- Medidas: 140 x 218 mm.
- Peso: 242 gr
- Encuadernación: Rústica
Termush HOLM, SVEN
Un clásico recuperado de la mejor ciencia ficción europea. Una parábola magistral, mordaz y profética de la desolación que nos recuerda al mejor J. G. Ballard.
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Sinopsis
En un mundo asolado por la radioactividad, un pequeño grupo de multimillonarios ha sobrevivido al apocalipsis refugiándose en el complejo costero de Termush. Los huéspedes pasan el día disfrutando de los lujos que se les ofrecen: música ambiental, amplias habitaciones y raciones exquisitas. Mientras tanto, en el mundo exterior, el polvo nuclear sepulta las esculturas de los jardines, los guardias recogen los cuerpos agonizantes de los pájaros caídos y una partida de reconocimiento se adentra en el yermo. La frágil coexistencia del grupo se verá sacudida cuando a los límites del complejo comiencen a acercarse los primeros supervivientes de la catástrofe en busca de refugio. En la noche más oscura de la humanidad, los habitantes de Termush deberán forjar un nuevo código ético para los albores de un nuevo mundo.
Termush es un clásico de la ficción distópica: impactante, peligroso y bellamente oscuro. Un White Lotus postapocalíptico, un Mad Max intimista, una novela visionaria.
El libro en los medios
«Termush» entre las mejores reediciones de 2024 — 20 minutos — 2 de enero de 2025
Un clásico aséptico de la distopía, como podría haber sido Hasta que el destino me alcance, La fuga de Logan, o alguno de los últimos cuentos de George Saunders y los clásicos más evidentes, 1984 o un Mundo Feliz. Pero, si de verdad quieres sentirte cerca de algo, blanco, lechoso, alejado, sin duda Nosotros de Yevgueni Zamiatin. Y otro clásico definitivo es este Termush de Sven Holm editado por Impedimenta donde no hay nada de la suciedad del ciberpunk de Metro 2033, de Philip K Dick o de la serie El Silo. Este clásico de la literatura danesa, editado por primera vez en 1967 nos otorga la perspectiva del paraíso escandinavo, arrasado por la radioactividad de una guerra nuclear, pero en la protección del último castillo-fortaleza-hotel, arropados por cuadros de Kelles o Monet mientras el P-32, el fósforo radioactivo, se desliza por debajo de las alfombras, como si lo hiciera en la Tabla Periódica, arsénico, antimonio y bismuto. Protagonistas que se convierten en avatares de la observación, fría y gris como los días monótonos que se les vienen. La entropía comienza su reino ineludible, invencible, como el mar helado y peligroso que rodea al hotel. Dirección, huéspedes, seguridad, servicio médicos y el protagonista y María. El único nombre. María, que parece ser parte del suministro de analgésicos sobre el que se construye la paz. Solo una chispa de esperanza en la salida de los exploradores, en la búsqueda de los resquicios de la civilización. Con una civilización hundida a sus espaldas solo queda la alimentación mínima, el agua dulce, los números del Contador Geiger. Los huéspedes, que compraron su lugar unos años antes, se encuentran sometidos a la irrealidad de una organización sin reglas. Su dinero, su poder, no queda nada de ello en un mundo sin referente. Es curioso como la esquematización de la pirámide social se mantiene, fantasmal y basada en los recuerdos y las costumbres. Sedantes, radio analógica, máscaras antigás… no es baladí que, para salir del edificio se tenga que utilizar ropa protectora de color gris. O que en los caminos las baldosas estén colocadas al revés, que las flores, el césped, la hierba sean contaminación hecha recuerdo y solo el cactus, con el peligro sensible de su contacto, reine en el espacio abierto, enfrentado al viento que, en vez de limpiar, mueve la contaminación de sitio. Cuando los supervivientes llegan, como oleadas decrépitas, es necesario que el orden se imponga. Separar y proteger. ¿Cuánto está uno dispuesto a ceder de su individualidad, de su libertad, en aras de la protección? ¿Y si la situación es catastrófica? ¿Existe, de verdad, alguna otra opción? La idea fundamental es que la paz llega en Termusch si a los que habitan en el hotel se les hurtan detalles escabrosos, se sienten aliviados en su desconocimiento. No demostrar interés por el mundo exterior. Una especie de Arca de Noé. ¿De qué sirve, repito, ahora, la riqueza, el poder o la posición? El mundo ha quedado calcinado: «fraguado como hormigas en el ámbar». El mundo, de alguna manera, se ha vuelto perfecto y los supervivientes sin plaza deben quedarse fuera de él. La paz es una sucesión de días intercambiables, el mismo libro arrastra la narrativa hacia ese desgaste, esa misma frase escrita, con la tinta cada vez más escasas. Una espiral que, en cada giro, reduce su inercia, yendo hacia el choque. Cualquier cambio o sorpresa se pondera y, a veces, la alarma del lugar, que lleva a los habitantes del hotel al sótano, al refugio, genera la claustrofobia social: libro de la muerte en vida. El protagonista, en su amago de resistencia, deja por escrito sus sueños. El suelo es el mejor de los escapes frente a la monotonía de los días que pasan. Limpiar la arena, los peces muertos, otros peces atravesados por los cactus. Puertas idénticas. El despertar con los supervivientes quemados. Un invitado. Uno sí. Más no. El coñac y la morfina. El egoísmo. Uno más, no muchos más, por favor. Termusch no puede recibir a todos los huéspedes. Es curioso cómo en 1967 ya se trataba la dualidad del buenismo frente a la realidad. O no es buenismo. Igual es fascismo, apropiación, ningún enfermo es ilegal, quién te otorgó a ti el derecho a sobrevivir, a estar cómodo… ¿Dinero, qué dinero? Ya no vale ni el oro, las monedas se funden para fabricar herramientas o balas. La dirección frente a los residentes. No hay teléfonos móviles, no servirían con todos los satélites caídos pero, quizá, y digo quizá, podrían usarse para realizar encuestas digitales. Así que lo haremos con un simple papel. No hay lugar ni tiempo para la democracia participativa en un mundo devastado por la radiación. Llegan noticias de los exploradores. Los exploradores encuentran vestigios. La vida es desescombro. Solo los militares mantienen la estructura social. Los exploradores saben dónde está la seguridad. La alarma, es tiempo de silencio. Otro adelanto, otra metáfora. La alarma, el aviso, el miedo, la falsa bandera. Cuando el ambiente se enrarece, nada mejor que un poco de sótano, de abrazos en la húmeda oscuridad. Esto es lo más parecido a lo que vais a encontrar fuera. ¿Cuánto puede ser el máximo o el mínimo de radiación? Un punto arriba, abajo, lo que sea, lo que marca la norma. ¿Quién escribe la norma? Recuerdas la pandemia y sus temperaturas corporales. Estamos en un estado de sitio. No es paranoia, es invierno nuclear. Cuando no hay mucho fuera no es necesario demasiado dentro. Una radio a pilas. Ella, María, que había caminado en un sueño cerca de él, de su cuerpo. La pregunta es sobre el valor de una vida monitorizada que acaba generando imágenes simbólicas. No es cartón, es un folio en blanco, no hay tinta, si llegan las manchas la gerencia tirará al manchado a la papelera. Cuando salen a la naturaleza llega el recuerdo, lo arrasado: sus piernas ya no están acostumbradas a caminar. Son como maniquíes, como las grandes estatuas de granito que se encuentran al bajar por los caminos de césped fuera del hotel. Enormes figuras de piedra, animales que sobreviven al fuego radioactivo pero que: «Más que protección producen terror». No tenemos ojos, los ojos son distintos, acostumbrados a las paredes, escaleras, descansillos, puertas y la vista perciben como abismo las extrañas distancias abiertas. Un pájaro muerto, un ternero muerto, descuartizado. Un habitante que abraza. ¿Un resto de la muerte? Importa si es alimento o accidente. La locura de las botellas de vino y el almacén de carne. En algún momento dudas de la dirección, de la terapia y los sedantes. ¿Es María un fantasma fruto de la radiación? Dormir para olvidar lo malo del mundo. Cómo se pueden convertir los huéspedes en enfermos, de enfermos a prisioneros. Ocultos debajo de los sanos. Los enfermos son miembros amputados a lo poco que queda sano del mundo. El lamento de los heridos se ha terminado colocando una capa de material entre ellos y los santos. No pueden alterar los festejos, el absurdo de la fiesta de ‘La inauguración del hotel’. Y, de pronto, el resto de la humanidad se mezcla: exploradores, huéspedes, personas enfermas, errantes, doctores, fantasmas. El desorden avanza, la entropía es inevitable. La frontera de Termush se ha estrechado. Los muertos provocan indiferencia. Solo el alimento básico: clara de huevo, calcio y té. Biombos para que se separen los heridos, con morfina en la vena, cerrarán la puerta del refugio, se suben y se bajan los heridos en la ceguera de los habitantes, de los supervivientes. ¿Qué queda en un apocalipsis nuclear? ¿Las apariencias? Vuelves a los sueños: peces muertos que siguen nadando, todo es aséptico, incluso la enfermedad, instalaciones, alimentos, nombres y cargos. No hay cortinas porque no hay vecinos. La entropía avanza, los suicidios son el aviso. Demacrados, los huéspedes enfermos, confinados, separación física y psíquico. En 5 días. Hay que recordar constantemente que estamos en cuarentena. Cada vez hay menos movimientos naturales en las extremidades, se acabó el bronceado. Lo único constante es el miedo. Pronto los peces abandonarán las aguas para, arrastrándose, buscar refugio en los troncos, Termush es el epílogo agónico del mamífero inteligente. Es necesaria una nueva raza que tome las quijadas sin piel y hagan con sus instintos algo nuevo: «Vemos los árboles sin hojas, plagados de esqueletos de peces cuya piel cruce como los cascabeles de los leprosos». Poesía de la agonía. Ya no hay miedo a la muerte, es un miedo al cambio y al deterioro. Desmantelar el orden es más sencillo que mantenerlo. Solo hace falta un sorbo de esperanza para los que no tienen nada: guardias, enfermos, metralletas. Preparados para la invasión, en la extraña regla del postapocalipsis todo si los forasteros entran con heridos, si consiguen superar a los guardias, no se les expulsa. Así, en este juego infantil, hay que esquivar las balas de los soldados. Termush crece hacia dentro. El último miembro de la dirección es el mago de Oz: avisa de la caída de Roma. Pero más que Roma es Venecia o Pompeya, los enfermos, los invasores son agua radioactiva o lava. Nada más. En el deambular demasiados han oído hablar de Termush. Cercos, disparos, el radio de la circunferencia se reduce. Hay rehenes, hay incendios, hay hogueras en los acantilados. Salid del refugio subterráneo. Mejor nos quedamos dentro. Si no se escuchan las balas quizá se terminen. Me arden las manos, la piel. Nos vamos. El yate, el premio que solo era seguro algunas veces, la entropía se impone. Agua, víveres, yo me quedo, dice el médico. María se ha ido descomponiendo. Quizá nunca ha sido nada ni nadie. Suena la última de las alarmas. Una niña pequeña. Una anciana con demencia. El jardín se llena. —Octavio Gómez Milián
«Termush», nadie puede escapar del juicio final — El Debate — 19 de octubre de 2024
Termush, del escritor danés Sven Holm, es la historia de la inevitabilidad del destino trágico y cómo, por mucho voluntarismo que se le ponga, no se puede escapar de él. Editada en español por Impedimenta, Termush ha sido un extraordinario hallazgo. Una novela corta, pero de una intensidad asombrosa. Una historia que deja poso, que invita a la reflexión y que cuesta horrores soltar de las manos, incluso cuando se ha llegado a la última página. Termush es una distopía de ciencia ficción en un mundo que ha sido arrasado por una guerra nuclear. Casi toda la superficie de la tierra está cubierta de polvo radiactivo. Los supervivientes agonizan cubiertos de quemaduras. —Miguel Pérez Pichel
«Termush», de Sven Holm: bienvenidos al fin del mundo — Pérgola — 3 de octubre de 2024
Una de las premisas fundacionales de la ciencia ficción sostiene que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Desde los inicios del género (el doctor Frankenstein y el galvanismo) se han explotado, a veces hasta el agotamiento, las posibilidades narrativas que ofrecen los últimos descubrimientos y adelantos científicos. Hoy es la IA, ayer los robots y, durante la que se conoce como edad de oro del género, la energía atómica y la radiactividad. —Miguel Artaza
DescargarConversación sobre «Termush», de Sven Holm — La Biblioteca — 10 de octubre de 2024
Escucha el episodio del episodio del podcast La Voz de César Vidal en el que, en la sección La Biblioteca, se conversa sobre «Termush», de Sven Holm, aquí. —La Voz de César Vidal
Autor: Holm, Sven
Sven Holm nació en Copenhague en 1940. Fue narrador y dramaturgo. Debutó a los veintiún años con su aclamado libro de relatos Den store fjende («El gran enemigo», 1961), y ha sido uno de los grandes escritores en lengua danesa de la segunda mitad del siglo XX. Entre sus obras destacan la novela distópica Termush (1967, que Impedimenta recupera en 2024), la historia intimista Syg og munte («Enfermo y feliz», 1972) y el poema en prosa Syv passioner («Siete pasiones», 1971). En 1974 fue galardonado con el Gran Premio de la Academia Danesa, y en 1991 recibió la Medalla Holberg. En el año 2001 se convirtió en miembro de la Academia Danesa, y ese mismo año ganó el Premio de la Crítica Danesa por su libro de relatos Kanten af himlen («Los bordes del cielo»). Realizó también numerosos guiones que fueron adaptados al cine y la televisión, de los cuales destaca el film histórico Peter Von Scholten (1987). Sven Holm falleció en 2019.